miércoles, 29 de junio de 2011

FIESTA SOLEMNE DE SAN PEDRO Y SAN PABLO, DIA DEL PAPA. 29 DE JUNIO



Noticias de la IglesiaFIESTA SOLEMNE DE SAN PEDRO Y PABLO / DÍA DEL PAPA Este 29 de Junio celebramos también el DÍA DEL PAPA. Todos los católicos recordamos con cariño y amor filial a S.S. Benedicto XVI, actual Vicario de Cristo, quien sigue conduciendo valerosamente la Iglesia Católica por los caminos de la Nueva Evangelización. Nunca olvidemos que “el Papa es en la Iglesia Católica el principio y fundamento perpetuo y visible de la unidad y de fe y comunión” (LG. N° 18).

Debemos unirnos al Papa siempre, especialmente en esta Fiesta, mediante la oración, la obediencia Filial y el cumplimiento fiel de nuestra misión cristiana.
LA SEGURIDAD E INDEFECTIBILIDAD DE LA IGLESIA
PEDRO, PABLO, JUAN PABLO II.

1. Hoy celebramos la memoria de tres personajes: Pedro, Pablo y Juan Pablo II.
SAN PEDRO: Jesús propuso una encuesta a sus discípulos: "¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre? - Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? - Simón Pedro contestó: "Tu eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo". Entonces Jesús le hizo una promesa formal: "Dichoso, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre, que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres Pedro" Mateo 16,13. Pedro= Petros= Quefá= Piedra= Roca. En ese momento, Pedro sintió la mirada fija del Señor. Toda vocación implica una mirada fija del Señor sobre uno. Pedro es el primero a quien Jesús ha llamado. Nació en Betsaida, junto al lago de Tiberíades y se trasladó a Cafarnaúm, donde junto con Juan y Santiago, los hijos del Zebedeo, había montado una empresa pesquera. Elegidos los tres por Jesús, se convirtieron en los discípulos más íntimos y fueron testigos de los mayores acontecimientos de su vida, como la Transfiguración, la resurrección de la hija de Jairo, y la agonía de Getsemaní. El temperamento de Pedro era rudo, impetuoso y espontáneo. Lo podemos comprobar tanto cuando contempla la pesca milagrosa, como cuando Jesús se dispone a lavarle los pies en la última Cena, o defiende a Jesús en el huerto con la espada. Y se manifiesta repentizador y creativo, cuando le propone a Jesús construir tres chozas en el monte de la Transfiguración, donde se encontraba a gusto. A Pedro y a sus sucesores les concede Jesús una misión única en la Iglesia. Como ésta es presentada bajo la imagen de un edificio o construcción, necesita cimiento, roca visible, aunque el fundamento invisible es Cristo resucitado, "porque nadie puede poner otro fundamento que el que está ya puesto, que es Jesucristo" (1 Cor 3,10).
2. Si el fundamento invisible es Cristo resucitado, el visible es la cátedra de Pedro. Estos cimientos son la garantía de la indefectibilidad de la Iglesia en el tiempo y en las tormentas que tiene que superar su barca, que es otra alegoría apropiada al pescador de Galilea, acostumbrado a capear y bracear en temporales y borrascas.
3. Dos metáforas expresan el poder especial de Pedro: “A ti te daré las llaves del reino de los cielos” (Mt 16,19), lo que significa que goza de la autoridad sobre la Casa. “Y lo que atares en la tierra será atado en el cielo y lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos” (Ib), o sea el poder de permitir y prohibir, que significa el gobierno de la Iglesia como sociedad.
4. Pero, como en el mundo el poder corrompe, Jesús quiere que "el mayor entre vosotros sea el último de todos y el servidor de todos" (Mt 23,11. Poder ejercido desde el amor: por eso Cristo pregunta a Pedro: "¿Me amas más que éstos? (Jn 21,15) ". Esta es la segunda vocación de Pedro, que tuvo que pasar por lo más amargo de su vida, experimentar su debilidad: negó tres veces a su Maestro, por quien lo había dejado todo. Cuando se arrepintió y lloró amargamente, Jesús convirtió su vuelta al amor en curación de amor, con sus tres promesas de amor, con lo cual lo purificó para ser el pastor de los corderos y de las ovejas. El amor lo purifica todo. El que había de ser pastor de pecadores, es necesario que experimente la prueba humillante de ser él mismo pecador. ¿Cómo habría, si no, podido comprender las experiencias de una comunidad de pecadores?. “La Iglesia es un pueblo de pecadores y de santos”, dice la L.G. Nadie es más humilde que el que se sabe pecador perdonado. De no ser que sea un cínico. Sólo entonces, después de la Resurrección, el que había recibido la promesa de que la Iglesia sería construida sobre su Piedra, es confirmado en su misión de apacentar el rebaño. Los dones de Dios son inmutables y en él no hay ni venganza ni revancha, porque sabe que somos de barro, que, si hay humildad, él puede moldear y restablecer. Pedro negó a Jesús, y lo negó precisamente por creerse totalmente confirmado cuando todavía estaba sujeto a pecado. Pedro presumió ante Jesús cuando dijo: “Aunque tenga que morir contigo, no te negaré.” Y esa afirmación fue una verdadera humillación cuando se dio cuenta que había negado al Señor tres veces. Ahora aparece un Pedro humillado interiormente y externamente, un Pedro más humanizado por la derrota. Ya no tiene la prepotencia que tantas veces le había corregido Jesús. Por eso cuando Jesús le pregunta por tercera vez, tal vez en recuerdo de la triple negación, si lo ama más que los otros, Pedro no responde como antes, sino con un: “Señor, tú lo sabes todo: tú sabes que te quiero". Y cuando Pedro está entristecido por el recuerdo de su pecado y se manifiesta humilde, recibe la misión de apacentar la Iglesia, a los corderos y a las ovejas, es decir, Pastor Universal, hermano mayor de los que quedamos aguardando la segunda venida del Señor. Pedro no se desesperó, sino que creció en humildad y mereció recibir una confirmación de su misión. Pedro, un pecador arrepentido, fue elegido por Jesús para ser el guía de su Iglesia.
5. Y porque ha de ser el garante de la fe, ora por Pedro: "He rogado por ti para que tu fe no desfallezca. Cuando te conviertas, confirma a tus hermanos" (Lc 22,32). Es Cristo quien da el poder: poder de perdonar los pecados, de administrar los sacramentos de la salvación, para construir la Iglesia, y el de dar testimonio de la Palabra de Dios. Esos son los poderes espirituales de Cristo Pastor, transferidos a San Pedro (Cardenal Lustiger). Y sigue diciendo Lustiger: “Ya se que Napoleón identificó al obispo con los prefectos y con los generales, pero yo me había sensibilizado mucho contra la Iglesia como sistema de promoción y de poder, y determiné que nunca me metería en situaciones que favorecieran la promoción”.
6. Hoy es el Papa, sucesor de Pedro, quien tiene la misión de guiar la Iglesia de Cristo, su rebaño. Este episodio evangélico tiene que llevarnos a renovar nuestra fidelidad al Papa sucesor de Pedro y a los obispos, y a pensar que a ejemplo de Pedro, el Señor nos pide saber amar. Sólo podremos ser apóstoles del Señor, si sabemos amar. El amor y la humildad, son las dos virtudes que debemos aprender de Pedro y tratar de vivir. Sólo cuando vivimos éstas virtudes seremos capaces de cumplir la misión que el Señor nos ha encomendado a cada uno.
7. La Iglesia, santa y pecadora. He nacido en la Iglesia, espacio donde actúa el Espíritu, para vivir eterna y filialmente con Dios; he crecido y crezco en la Iglesia para servirla; recibo en la Iglesia lo mejor que tengo para extenderla; realizo en la Iglesia, lo más valioso que puedo hacer por su ministerio; estoy enamorado de la Iglesia y doy día a día la vida por ella para embellecerla; he sufrido mucho por la Iglesia por sus errores; y sigo sufriendo y deseo y lucho por una Iglesia más pura, más unida y humilde, más interior y evangélica, más samaritana y materna, más sencilla, más hogar.
Quien sólo ve en la Iglesia una sociedad humana y pecadora y no sabe ver su calidad de santa por vivificada por el Espíritu de Cristo, siempre con ella como Esposo y soldado vigoroso en medio del fragor de la guerra, pronto se escandalizará, y dejará de creer en ella. Quien la vea como un pueblo maravilloso que viene de lejos, atrayéndose a todos los pueblos, asimilando todas las civilizaciones, traduciéndose en todas las culturas, hablando en todas las lenguas, siempre haciendo el bien, aunque no lo haya hecho siempre bien, la amará como a una madre anciana, a pesar de las arrugas que contrajo en la lucha.
Cuando yo comencé a necesitar un mentor, había poco que escoger: la furia marxista había martirizado a una gran parte del clero español, la mejor. Pero la Iglesia me ofreció un acervo de revelación y de literatura, de águilas y de santos, de místicos y de genios actuales, que han forjado mi personalidad. Los errores que he detectado en la Iglesia, siempre los he visto rectificados por otros hombres más lúcidos y compruebo que los obstáculos ejercen de galvanizadores y las zancadillas de fertilizantes, ya que las cosas crecen por lo que nacen, y lo que nace de la cruz crece por la misma cruz, aunque al ritmo peculiar de la vida.
8. ¿Qué sería del mundo sin la cultura creada y conservada en las Abadías, sin el arte cultivado por la Iglesia? ¿Qué de las escuelas? ¿Qué de los huérfanos, drogadictos, minusválidos, etc? Iglesia, no sólo el papa, obispos y sacerdotes; también misioneros heroicos, santos seglares, obreros y santas madres que sufren, rezan y se inmolan por sus hijos, todos fuertes por la oración y la vida sacramental. Por la Eucaristía, la Palabra, el Perdón de Dios transmitido en y por la Iglesia.
¿Cómo olvidar al Sacerdote que me fascinó de niño hasta el punto de que quise ser como él? ¿Y a aquella pléyade de mártires asesinados en su florida juventud?¿Y a tantas santas religiosas anónimas y pobres, trabajando y orando por toda la humanidad en el silencio de los claustros?.
También ¡cómo no!, paja humana. Pero ¿puede oscurecer el barro de nuestra pobreza el fulgor deslumbrante de tantos millones y millones de estrellas? ¿La Pietá de Miguel Angel, dejará de ser hermosa, aunque tenga manchas? Veinte siglos viene caminando por esta hermosa y pobre tierra este Pueblo de redimidos; polvo lleva en las sandalias, el polvo del mismo suelo que pisa; sus pies son de barro, pero su Cabeza de oro celestial resplandece brillante entre luceros. Mi gloria y mi vida será servir siempre a la Iglesia, y como Teresa de Jesús, morir hijo de la Iglesia: “Al fin muero hija de la Iglesia!”.
9. SAN PABLO. Pablo fue un fascinado, un enamorado de la persona de Cristo. Encontrarse con Jesús Resucitado fue la experiencia más grande, profunda y decisiva de su vida. Experiencia de gozo, de amor y de libertad. Cristo rompió la losa del sepulcro de su orgullo y autosuficiencia, que era propia de los fariseos, y le resucitó por dentro. En adelante sentirá la necesidad de evangelizar: "¡Ay de mí si no evangelizare!" (1 Cor 9,16); “Me empuja el amor de Cristo” (2 Cor 2,14). Apasionado por la Verdad, ya la predica en Arabia y en Damasco y se conmueve hasta las lágrimas ante una ciudad incrédula o idólatra. Predica la verdad desnuda de todo ornato humano, y la predica a tiempo y a destiempo (2 Tim 4,2). Sus sufrimientos, que sabe que son valiosísimos, pues en ellos participa todo el cuerpo, corazón que padece y llora, voluntad que acepta y ofrece, y la fe que aquilata el mérito, son principalmente las puertas que abren las puertas al evangelio por todas partes: "Nunca fueron mis móviles ni la ambición ni la avaricia, ni el afán de gloria humana... Fuimos todo bondad en medio de vosotros. Como una madre cuida cariñosamente a sus hijos, así, en nuestra ternura por vosotros, hubiéramos querido entregaros, junto con el evangelio, nuestra propia vida. ¡Tan grande era nuestro amor por vosotros! Recordáis, hermanos, nuestros trabajos y fatigas: día y noche trabajábamos, para no ser gravoso a ninguno de vosotros mientras os anunciábamos el evangelio de Dios" (1 Tesa 2,5).
12. Una característica singular de Pablo es que “Se complace en sus debilidades, porque cuanto más débil soy, soy más fuerte” (2 Cor 12,10). Está convencido de que su fuerza tiene las raíces en la flaqueza. No era elocuente, ni tenía presencia retadora, era débil en las persecuciones, lleno de mansedumbre en el gobierno de las almas, y predicaba verdades repugnantes a contracorriente a los no creyentes y también a los creyentes. Pero estaba convencido de su fuerza venía de Dios y que con sus sufrimientos suplía lo que faltaba a la pasión de Cristo (Col 1,24). Y por encima de todo, estaba colmado de amor: “¿Quién enferma y no enfermo yo? ¿Quién se escandaliza y yo no ardo?”(2 Cor 11,29). Padeció torturas espirituales, defección de sus evangelizados, persecuciones, abandonos, soledad. Y a pesar de todo, está alegre, “aunque triste, pero enriqueciendo a muchos” (2 Cor 7,4) y a los Filipenses les recomienda la alegría cuando está en la cárcel. El poeta Ovidio, desterrado escribió sus obras tituladas Tristia, y paradójicamente Pablo escribe el “Gaudete, iterum dico, gaudete”, encarcelado. La razón está en que las páginas brotan de manantiales diferentes. Pablo era hombre de oración, de acción de gracias y de peticiones y esperanzas, sabía que sembraba con lágrimas pero esperaba la cosecha entre cantares y como ha escrito Bergson, la alegría anuncia siempre la vida que ha triunfado.
11. Hay que haber comenzado alguna empresa, alguna obra, para poder barruntar las dificultades de todo género que se les presentaron y que tuvieron que superar aquellos débiles hombres escogidos: hospedaje, fieles, trabajo, amistades, poder sobrevivir, abrirse camino. Nosotros nos lo encontramos todo hecho, ellos tuvieron que empezar de cero y con un mensaje impopular e innovador. Llegados a Roma, los dos fueron encarcelados en la Cárcel Mamertina, y sacrificados bajo Nerón: Pedro crucificado, acusado del incendio de Roma, que el mismo emperador había provocado; Pablo, como ciudadano romano, decapitado con espada: Así lo escribe vísperas de su inmolación: "Yo estoy a punto de ser sacrificado" 2 Timoteo 4,6. Los sepulcros de los dos están en Roma como cimiento de la Iglesia. Por contraste, las ruinas de la “Domus aurea” de Nerón, apenas reciben algún turista curioso, pero las Basílicas de Pedro y Pablo son visitadas constante y continuamente por creyentes y no creyentes todos los días del año. “Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt 16,18).
12. JUAN PABLO II: De él dijo el Cardenal Wyszynski, arzobispo de Varsovia: "Entre los cardenales se buscaba un hombre de fe ardiente, de ferviente oración y celo pastoral, además de un hombre de buen corazón, benévolo hacia los hombres, afable, de gran sensibilidad y cuyos ojos se volvieran al mundo con el amor de Dios". Fue elegido Karol Wojtyla, con una biografía brillante, juvenil, deportiva, filósofo, excelente y profundo teólogo, místico, forjado en San Juan de la Cruz y en Santa Teresa y cultivador de nuestros maestros de la mística del siglo de Oro, profesor universitario, viajero, poeta, hombre de fe. Me contó el Cardenal Narciso Jubany, arzobispo de Barcelona, que después del cónclave comentó con otros cardenales: “Me da la impresión de que este muchacho, no se está dando cuenta de dónde se ha metido”.
13. En el Kremlin temblaron. Ha caído el comunismo. ¿Lo esperaban ellos? Parece que sí, pues lo quisieron liquidar. La Virgen en el día de Fátima, le salvó de la muerte; dice él: -"Una mano disparó la bala, pero otra mano guió el proyectil". "Al principio de mi pontificado, me dijo el cardenal Wyszynki: Si el Señor te ha llamado, debes introducir a la Iglesia en el tercer milenio"... "con la oración, con diversas iniciativas, pero he visto que no basta: era necesario introducirla en el sufrimiento" (29 mayo 1994). Y ese es hoy su máximo empeño, junto con la unión de las Iglesias. Juan Pablo II es un tipo incómodo para casi todos: conservadores, progresistas, marxistas, neoliberales, socialdemócratas, feministas, homosexuales... Esto no le impide, sin embargo, ser también un rebelde, un disconforme. Seguramente es todavía pronto para juzgarlo. Pero sin él, el siglo XX será mucho más difícil de entender. Marcará historia, él mismo es una parte de esa historia.
14. Antes de su elección, escribía yo que estaba deseando que nos presidiera un Papa que metiera a toda la Iglesia en Ejercicios Espirituales, quería decir, que nos dedicara a la oración. Juan Pablo II ha colmado mi deseo, comenzando por él mismo. Escribe el Cardenal Suenens: "Ora hasta provocar envidia", decía de él Paul de Haes, uno de sus compañeros de estudio en Roma. De hecho se inclina y se pliega en dos. Al verle como postrado durante su acción de gracias en la Capilla Sixtina, creí que se sentía mal. Encarna la oración en todo su cuerpo y, en ese momento parece tener diez años más. Pero cuando se inclina y sonríe, rejuvenece de un extraño modo". Podría citar datos interminables, pero me limito a recoger su Carta Apostólica: "Novo Millenio ineunte": Es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración. El Año jubilar ha sido un año de oración personal y comunitaria -más intensa. Pero sabemos bien que rezar tampoco es algo que pueda darse por supuesto. Es preciso aprender a orar, como aprendiendo de nuevo este arte de los labios mismos del divino Maestro, como los primeros discípulos: «Señor, enséñanos a orar» (Lc 11,1). En la plegaria se desarrolla ese diálogo con Cristo que nos convierte en sus íntimos: «Permaneced en mí, como yo en vosotros» (Jn 15,4). Esta reciprocidad es el fundamento mismo, el alma de la vida cristiana y una condición para toda vida pastoral auténtica. Realizada en nosotros por el Espíritu Santo, nos abre, por Cristo y en Cristo, a la contemplación del rostro del Padre. Aprender esta lógica trinitaria de la oración cristiana, viviéndola plenamente ante todo en la liturgia, cumbre y fuente de la vida eclesial, pero también de la experiencia personal, es el secreto de un cristianismo realmente vital, que no tiene motivos para temer el futuro, porque vuelve continuamente a las fuentes y se regenera en ellas.
15. El arzobispo Giovanni Battista Re, uno de los colaboradores más cercanos de Juan Pablo II, dibuja la personalidad del Santo Padre desde la perspectiva que le da el ser sustituto de la Secretaría de Estado, que despacha diariamente con él.. Dice que lo que más le impresiona de la persona de Juan Pablo II es la intensidad de su oración, manifestación de una profunda y viva comunión con Dios. En el transcurso de estos años, en los que he tenido la alegría y el privilegio de trabajar junto a él y de acompañarle en sus viajes, he podido constatar personalmente que este 264º Papa, este pastor profundamente humano, este intelectual de extraordinario vigor, este líder que arrastra a la juventud, es ante todo un hombre de oración. Es impresionante cómo se abandona: se nota un dejarse llevar que le es connatural, y que le absorbe como si no hubiera problemas y compromisos urgentes que le llaman a la vida activa. Su actitud en la oración es recogida y, a la vez, natural y desprendida: testimonio de una comunión con Dios intensamente arraigada en su alma; expresión de una oración convencida, saboreada, vivida. Por la mañana temprano está en la capilla, absorto en la meditación y en el coloquio con Dios, antes de comenzar la Misa. Durante el día, el paso de una ocupación a otra está marcado por una breve oración. Con una invocación, después, inicia cada una de las páginas que a diario llena, escribiendo con caligrafía pequeña el texto de homilías, discursos y documentos. Conmueve la facilidad, la espontaneidad y la prontitud con que pasa del contacto humano con la gente al recogimiento del coloquio íntimo con Dios. El Papa se prepara para los distintos encuentros que tendrá en el día o durante la semana rezando por ellos. Recuerdo, por ejemplo, que en 1982, cuando el Papa llegó a Madrid en su primera visita a España, el entonces Nuncio apostólico, Monseñor Antonio Innocenti, se despertó muy pronto. Descendió a la planta baja a las 5.30 de la mañana, convencido de no encontrar aún a nadie, ya que el desayuno estaba previsto para las 6.30 y la salida del Papa de la Nunciatura a las 7. Monseñor Innocenti recorrió las habitaciones para verificar que todo estuviera en orden, y empezó por la capilla. Se sorprendió al ver que la luz estaba encendida. Abrió la puerta y vio al Papa arrodillado ante una estación del Viacrucis. Era viernes y era un día con un programa que iba desde las 7 de la mañana hasta las 9 de la noche, y el Papa a las 5.30 ya estaba en la capilla para hacer el Viacrucis. -Antes de cualquier decisión importante, Juan Pablo II reza mucho. Cuanto más trascendente es la decisión, más prolongada es la oración. Puedo afirmar que las decisiones más importantes han sido maduradas durante semanas y semanas de oración. En su vida existe una admirable síntesis entre oración y acción. La fuente de la fecundidad de su actuación está precisamente en la oración. Este Papa tan dinámico y dedicado al servicio del hombre; este Papa que aparece también ante los ojos de quien no acoge el mensaje cristiano como defensor y heraldo de las aspiraciones del hombre, declara que tiene un compromiso prioritario: el de orar. El Papa ha cumplido ochenta años: sus pasos parecen cansados, su rostro sufrido, sin embargo esto parece que agranda el valor de sus gestos.
16. Como la Iglesia de Jerusalén oraba por Pedro en la cárcel, debe hoy la Iglesia orar por Juan Pablo, y nosotros, de un modo especial ahora que vamos a tener presente sobre el altar al mismo Cristo, que le ha elegido para apacentar su rebaño.
17. "Gustad y ved qué bueno es el Señor" Salmo 33, que nos ha dejado al cuidado de tales pastores, mártires, Pedro crucificado, Pablo, degollado, Juan Pablo II, tiroteado y salvado de la muerte por la mano de la Virgen que desvió la bala. Que Pedro y Pablo ayuden a la Iglesia que ellos sembraron y regaron con su sangre. Y a Juan Pablo II, reciba hoy un refuerzo especial de nuestras plegarias: "El Señor lo conserve y lo guarde y le de larga vida y lo haga dichoso en la tierra y no lo entregue en manos de sus enemigos".


FIESTA SOLEMNE DE SAN PEDRO Y SAN PABLO





Autor: P. Octavio Ortíz | Fuente: Catholic.net
Primera: Hch 12, 1-11
Salmo 33
Segunda: 2 Tm 4,6-8
Evangelio: Mt 16, 13-19
Nexo entre las lecturas
La solemnidad de san Pedro y san Pablo nos permite contemplar la estrecha amistad que se establece entre Jesucristo y estos dos hombres elegidos para misiones muy importantes. En la primera lectura, tomada de los hechos de los apóstoles, Pedro recibe la visita en la cárcel de una ángel enviado por Dios que lo invita a ponerse en pie y seguirlo. Pedro deberá reemprender su misión al frente de la Iglesia naciente(1L). Pablo, en la carta a Timoteo hace un recuerdo emocionado de su entrega a Cristo: “he combatido el buen combate”. Sabe que Dios lo escogió desde el seno de su madre para revelarle a Cristo y para llamarlo a anunciarlo a todos los pueblos. Ahora al final de su carrera, reconoce con gratitud que Cristo lo ayudó y le dio fuerzas (2L). En Pedro y en Pablo aquello que más resalta es su íntima amistad con el maestro. Ambos tuvieron experiencia del amor de Dios en Cristo Jesús. Esa experiencia los acompañó durante toda su vida y les dio una viva conciencia de su misión. Tiene, pues, razón Pedro al concluir con emoción : “Señor, Tú sabes todo, Tú sabes que yo te amo” (EV).

Mensaje doctrinal
1.Pedro y Pablo fieles a su misión. La solemnidad de san Pedro y san Pablo es una de las más antiguas del año litúrgico. Ella aparece en el santoral incluso antes que la fiesta de navidad. En el siglo IV ya existía la costumbre de celebrar tres misas una en la basílica vaticana, otra en san Pablo extra muros y otra en las catacumbas de san Sebastián, donde se escondieron las reliquias de los apóstoles durante algún tiempo. En un principio se consideró que el 29 de junio fuese el día en el que, en el año 67, Pedro sufrió el martirio en la colina vaticana y Paolo en la localidad denominada “Tre fontane”. En realidad, si bien el hecho del martirio es una dato histórico incuestionable que tuvo lugar en Roma en la época de Nerón, no es tan seguro, en cambio, el día y el año de la muerte de los dos apóstoles, pero parece que se sitúa entre el 67 y el 64.
Esta solemnidad festeja a las dos columnas de la Iglesia. Por una parte, Pedro es el hombre elegido por Cristo para ser “la roca” de la Iglesia: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” ( Mt 16,16). Pedro, hombre frágil y apasionado, acepta humildemente su misión y arrostra cárceles y maltratamientos por el nombre de Jesús.(cf. Hch 5,41). Predica con “parresía”, con valor, lleno del Espíritu Santo (cf. Hch 4,8). Pedro es el amigo entrañable de Cristo, el hombre elegido que se arrepiente de haber negado a su maestro, el hombre impetuoso y generoso que reconoce al Dios hecho hombre, al Mesías prometido: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”(cf. Mt 16,16). Los Hechos de los apóstoles narran en esta solemnidad la liberación de Pedro de las cárceles herodianas. “Con esta intervención extraordinaria, Dios ayudó a su apóstol para que pudiera proseguir su misión. Misión no fácil, que implicaba un itinerario complejo y arduo. Misión que se concluirá con el martirio “cuando seas viejo otro te ceñirá y te llevará donde no quieres” (cf. Jn 21,18) precisamente aquí, en Roma, donde aún hoy la tumba de Pedro es meta de incesantes peregrinaciones de todas las partes del mundo
“Pablo, por su parte, fue conquistado por la gracia divina en el camino de Damasco y de perseguidor de los cristianos se convirtió en Apóstol de los gentiles. Después de encontrarse con Jesús en su camino, se entregó sin reservas a la causa del Evangelio. También a Pablo se le reservaba como meta lejana Roma, capital del Imperio, donde, juntamente con Pedro, predicaría a Cristo, único Señor y Salvador del mundo. Por la fe, también él derramaría un día su sangre precisamente aquí, uniendo para siempre su nombre al de Pedro en la historia de la Roma cristiana” (Juan Pablo II, 29 de junio de 2002). Pablo es el apóstol fogoso e incansable que recorre el mundo conocido en la época para anunciar la buena nueva de la salvación en Cristo Jesús. Sabe que se le ha dado una misión, una responsabilidad, una tarea que no puede declinar. “Ay de mí si no evangelizare” (1 Co 9,16).
2. El colegio episcopal y su cabeza, el Papa. “Cristo, al instituir a los Doce, "formó una especie de Colegio o grupo estable y eligiendo de entre ellos a Pedro lo puso al frente de él". "Así como, por disposición del Señor, san Pedro y los demás apóstoles forman un único colegio apostólico, por análogas razones están unidos entre sí el Romano Pontífice, sucesor de Pedro, y los obispos, sucesores de los apóstoles". El Señor hizo de Simón, al que dio el nombre de Pedro, y solamente de él, la piedra de su Iglesia. Le entregó las llaves de ella; lo instituyó pastor de todo el rebaño. "Está claro que también el Colegio de los apóstoles, unido a su Cabeza, recibió la función de atar y desatar dada a Pedro". Este oficio pastoral de Pedro y de los demás apóstoles pertenece a los cimientos de la Iglesia. Se continúa por los obispos bajo el primado del Papa.
El Papa, obispo de Roma y sucesor de san Pedro, "es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles". "El Pontífice Romano, en efecto, tiene en la Iglesia, en virtud de su función de Vicario de Cristo y Pastor de toda la Iglesia, la potestad plena, suprema y universal, que puede ejercer siempre con entera libertad". (Catecismo de la Iglesia Católica 881-882).

Sugerencias pastorales
1. Testimoniar a Cristo. El misterioso itinerario de fe y de amor, que condujo a Pedro y a Pablo de su tierra natal a Jerusalén, luego a otras partes del mundo, y por último a Roma, constituye en cierto sentido un modelo del recorrido que todo cristiano está llamado a realizar para testimoniar a Cristo en el mundo. Él también es llamado, como Pedro y Pablo, para dar testimonio de Cristo por medio de su vida, de su palabra, de sus obras. Ser cristiano es, por esencia, ser testigo de la resurrección de Cristo, testimoniar que en Cristo el Padre nos ha reconciliado consigo y nos ha espera en la vida eterna.
"Yo consulté al Señor, y me respondió, me liberó de todas mis ansias" (Sal 33, 5). ¿Cómo no ver en la experiencia de ambos santos, que hoy conmemoramos, la realización de estas palabras del salmista? La Iglesia es puesta a prueba continuamente. El mensaje que le llega siempre de los apóstoles san Pedro y san Pablo es claro y elocuente: por la gracia de Dios, en toda circunstancia, el hombre puede convertirse en signo del poder victorioso de Dios. Por eso no debe temer. Quien confía en Dios, libre de todo miedo, experimenta la presencia consoladora del Espíritu también, y especialmente, en los momentos de la prueba y del dolor (Juan Pablo II, 20 de junio de 2002).
Advertimos que en el mundo siguen creciendo el número de cristianos, sin embargo, son todavía millones los que no conocen o aman a Jesucristo. Esta realidad debe ser un desafío para todo cristiano. Cada uno debe ser un evangelizador allí donde Dios lo ha colocado: en su familia, en su trabajo, en la escuela, en la vida pública. Instaurare omnia in Christo.
En nuestro mundo seguimos teniendo grandes testigos de la fe. Personas heroicas que llevan una vida ordinaria. Pienso en estos momentos a la madre del Card. Dionigi Tettamanzi, recientemente nombrado Arzobispo de la diócesis más grande del mundo, Milán. Esta mujer sencilla, pero de una fe poderosa comentaba: “Cuando mi hijo me vino a ver, después de la elección le dije: Tú no has buscado nada de esto, pero si tú has sido elegido, debes decir sí”. Ella mostraba a su hijo el sentido de responsabilidad ante un Dios que llama.
2. El amor real al Santo Padre. Esta solemnidad es una cordial invitación para renovar nuestra adhesión incondicional al vicario de Cristo sobre la tierra, el Papa. Nuestro amor por el santo Padre debe ser un amor práctico y realista. Un amor que se traduzca en obras y que se puede manifestar en la lectura asidua de su magisterio y en la conformación de nuestra mente y de nuestra vida con sus directrices. Se trata de seguir no sólo sus órdenes, sino de escuchar y llevar adelante también sus deseos.



PAPA BENEDICTO XVI, SUCESOR DE PEDRO

(Ver más sobre Papa Benedicto XVI)


BIOGRAFÍA
El cardenal Joseph Ratzinger, Papa Benedicto XVI, nació en Marktl am Inn, diócesis de Passau (Alemania), el 16 de abril de 1927 (sábado santo), y fue bautizado ese mismo día. Su padre, comisario de la gendarmería, provenía de una antigua familia de agricultores de la Baja Baviera, de condiciones económicas más bien modestas. Su madre era hija de artesanos de Rimsting, en el lago Chiem, y antes de casarse trabajó de cocinera en varios hoteles.
Pasó su infancia y su adolescencia en Traunstein, una pequeña localidad cerca de la frontera con Austria, a treinta kilómetros de Salzburgo. En ese marco, que él mismo ha definido "mozartiano", recibió su formación cristiana, humana y cultural.
El período de su juventud no fue fácil. La fe y la educación de su familia lo preparó para afrontar la dura experiencia de esos tiempos, en los que el régimen nazi mantenía un clima de fuerte hostilidad contra la Iglesia católica. El joven Joseph vio cómo los nazis golpeaban al párroco antes de la celebración de la santa misa.
Precisamente en esa compleja situación, descubrió la belleza y la verdad de la fe en Cristo; para ello fue fundamental la actitud de su familia, que siempre dio un claro testimonio de bondad y esperanza, arraigada en la pertenencia consciente a la Iglesia.
En los últimos meses de la segunda guerra mundial fue enrolado en los servicios auxiliares antiaéreos.
De 1946 a 1951 estudió filosofía y teología en la Escuela superior de filosofía y teología de Freising y en la universidad de Munich.
Recibió la ordenación sacerdotal el 29 de junio de 1951.
Un año después, inició su actividad de profesor en la Escuela superior de Freising.
En el año 1953 se doctoró en teología con la tesis: "Pueblo y casa de Dios en la doctrina de la Iglesia de san Agustín".
Cuatro años más tarde, bajo la dirección del conocido profesor de teología fundamental Gottlieb Söhngen, obtuvo la habilitación para la enseñanza con una disertación sobre: "La teología de la historia de san Buenaventura".
Tras ejercer el cargo de profesor de teología dogmática y fundamental en la Escuela superior de filosofía y teología de Freising, prosiguió su actividad de enseñanza en Bonn, de 1959 a 1963; en Münster, de 1963 a 1966; y en Tubinga, de 1966 a 1969. En este último año pasó a ser catedrático de dogmática e historia del dogma en la Universidad de Ratisbona, donde ocupó también el cargo de vicepresidente de la Universidad.
De 1962 a 1965 dio una notable contribución al concilio Vaticano II como "experto"; acudió como consultor teológico del cardenal Joseph Frings, arzobispo de Colonia.
Su intensa actividad científica lo llevó a desempeñar importantes cargos al servicio de la Conferencia episcopal alemana y en la Comisión teológica internacional.
En 1972, juntamente con Hans Urs von Balthasar, Henri de Lubac y otros grandes teólogos, inició la revista de teología "Communio".
El 25 de marzo de 1977, el Papa Pablo VI lo nombró arzobispo de Munich y Freising. El 28 de mayo sucesivo recibió la consagración episcopal. Fue el primer sacerdote diocesano, después de 80 años, que asumió el gobierno pastoral de la gran archidiócesis bávara. Escogió como lema episcopal: "Colaborador de la verdad". Él mismo explicó: "Por un lado, me parecía que esa era la relación entre mi tarea previa como profesor y mi nueva misión. A pesar de los diferentes modos, lo que estaba en juego y seguía estándolo era seguir la verdad, estar a su servicio. Y, por otro, escogí ese lema porque en el mundo de hoy el tema de la verdad se omite casi totalmente, pues parece algo demasiado grande para el hombre y, sin embargo, todo se desmorona si falta la verdad".
Pablo VI lo creó cardenal, del título presbiteral de Santa María de la Consolación en Tiburtino, en el consistorio del 27 de junio de ese mismo año.
En 1978 participó en el Cónclave, celebrado del 25 al 26 de agosto, que eligió a Juan Pablo I, el cual lo nombró enviado especial suyo al III Congreso mariológico internacional, celebrado en Guayaquil (Ecuador), del 16 al 24 de septiembre. En el mes de octubre de ese mismo año participó también en el Cónclave que eligió a Juan Pablo II.
Actuó de relator en la V Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos, celebrada en 1980, sobre el tema: "Misión de la familia cristiana en el mundo contemporáneo", y presidente delegado de la VI Asamblea general ordinaria, celebrada en 1983, sobre "La reconciliación y la penitencia en la misión de la Iglesia".
Juan Pablo II lo nombró prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe, y presidente de la Pontificia Comisión bíblica y de la Comisión teológica internacional el 25 de noviembre de 1981. El 15 de febrero de 1982 renunció al gobierno pastoral de la arquidiócesis de Munich y Freising. Lo elevó al orden de los obispos, asignándole la sede suburbicaria de Velletri-Segni, el 5 de abril de 1993.
Fue presidente de la comisión para la preparación del Catecismo de la Iglesia católica, que, después de seis años de trabajo (1986-1992), presentó al Santo Padre el nuevo Catecismo.
El Santo Padre, el 6 de noviembre de 1998, aprobó la elección del cardenal Ratzinger como vicedecano del Colegio cardenalicio, realizada por los cardenales del orden de los obispos. Y el 30 de noviembre de 2002, aprobó su elección como decano; con dicho cargo le fue asignada, además, la sede suburbicaria de Ostia.
En 1999 fue enviado especial del Papa a las celebraciones con ocasión del XII centenario de la creación de la diócesis de Paderborn, Alemania, que tuvieron lugar el 3 de enero.
Desde el 13 de noviembre de 2000 era Académico honorario de la Academia pontificia de ciencias.
En la Curia romana, fue miembro del Consejo de la Secretaría de Estado para las Relaciones con los Estados; de las Congregaciones para las Iglesias orientales, para el culto divino y la disciplina de los sacramentos, para los obispos, para la evangelización de los pueblos, para la educación católica, para el clero y para las causas de los santos; de los Consejos pontificios para la promoción de la unidad de los cristianos y para la cultura; del Tribunal supremo de la Signatura apostólica; y de las Comisiones pontificias para América Latina, "Ecclesia Dei", para la interpretación auténtica del Código de derecho canónico y para la revisión del Código de derecho canónico oriental.
Entre sus numerosas publicaciones ocupa un lugar destacado el libro: "Introducción al Cristianismo", recopilación de lecciones universitarias publicadas en 1968 sobre la profesión de fe apostólica; "Dogma y revelación" (1973), antología de ensayos, predicaciones y reflexiones, dedicadas a la pastoral.
Obtuvo gran resonancia el discurso que pronunció ante la Academia católica bávara sobre el tema "¿Por qué sigo aún en la Iglesia?", en el que, con su habitual claridad, afirmó: "Sólo en la Iglesia es posible ser cristiano y no al lado de la Iglesia".
La serie de sus publicaciones prosiguió abundante en el decurso de los años, constituyendo un punto de referencia para muchas personas, especialmente para los que querían profundizar en el estudio de la teología. En 1985 publicó el libro-entrevista "Informe sobre la fe" y, en 1996, "La sal de la tierra". Asimismo, con ocasión de su 70° cumpleaños, se publicó el libro: "En la escuela de la verdad", en el que varios autores ilustran diversos aspectos de su personalidad y su obra.
Ha recibido numerosos doctorados "honoris causa" por el College of St. Thomas in St. Paul (Minnesota, Estados Unidos), en 1984; por la Universidad católica de Eichstätt, en 1985; por la Universidad católica de Lima, en 1986; por la Universidad católica de Lublin, en 1988; por la Universidad de Navarra (Pamplona, España), en 1998; por la Libre Universidad María Santísima Asunta (LUMSA) Roma, en 1999; por la Facultad de teología de la Universidad de Wroclaw (Polonia) en 2000.



PUBLICADA LA ORACIÓN PARA IMPLORAR FAVORES POR INTERCESIÓN DE JUAN PABLO II
La diócesis de Roma ha publicado la oración escrita para implorar favores por intercesión del siervo de Dios, Juan Pablo II.
La imploración está siendo distribuida por el postulador de la causa de beatificación, monseñor Slawomir Oder, de la diócesis de Torun (Polonia), actualmente vicario judicial del tribunal de segunda instancia de la diócesis de Roma, a través de la página web de la diócesis (http://www.vicariatusurbis.org).
En la fase final del proceso de beatificación, se necesitará la comprobación de un milagro atribuido a la intercesión de Karol Wojtyla.
El proceso de beatificación comenzará oficialmente el 28 de junio en las vísperas de la solemnidad de los santos Pedro y Pablo, en la Basílica de San Juan de Letrán.
El texto de la traducción al castellano de la oración dice así:
"Oh Trinidad Santa,
Te damos gracias por haber concedido a la Iglesia al papa Juan Pablo II y porque en él has reflejado la ternura de tu paternidad, la gloria de la cruz de Cristo y el esplendor del Espíritu de amor. El, confiando totalmente en tu infinita misericordia y en la maternal intercesión de María, nos ha mostrado una imagen viva de Jesús Buen Pastor, indicándonos la santidad, alto grado de la vida cristiana ordinaria, como camino para alcanzar la comunión eterna Contigo. Concédenos, por su intercesión, y si es tu voluntad, el favor que imploramos, con la esperanza de que sea pronto incluido en el número de tus santos."