miércoles, 6 de enero de 2010

El misterio de la encarnación

El misterio de la encarnación, Homilia del Padre Coro, Domingo 3 de Enero 2010.

Muy aprecido Gustavo y jóvenes de Iglesia Joven:
con sincero aprecio y estima les deseo este año 2010 lleno de paz y alegria en el Espiritu Santo (Rm 14,17)

También por celebrar los 25 años desde que se inicio el Proyecto de Pastoral Juvenil - catecumenal.

El Señor ha estado con nosotros y muchos jóvenes han sabido acoger su Palabra en sus corazones.

Sigamos ... toda la vida ... hasta que mas jóvenes conozcan y amen a Jesús.

Giuseppe Coró


Jn 1,1-18 El misterio de la encarnación.

Jesús se hizo carne, ósea “ha puesto sus raíces en el pueblo” (Sir 24,12), “en el principio, antes de todos los siglos” (Sir 24,9).

El proyecto de amor de Dios Padre (Ef 1,5) busca en cada uno de nosotros una correspondencia, una profunda fe sensible y dispuesta a reconocer que “en Jesús hemos sido bendecidos en el cielo con todas clases de bendiciones espirituales. Dios nos escogió en Jesús antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos y sin defectos en su presencia. Por su amor nos ha destinados a ser adoptados como hijos suyos por medio de Jesús hacia el cual nos ha ordenado según la determinación bondadosa de su voluntad” (Ef 1,4-5).
En este camino de ‘santidad’, en el cual nos encontramos por el don de la vida y de la fe en el bautismo, percibimos el misterio de la encarnación de Jesús como una deber nuestro recibirlo en nuestra existencia, para que entre, permanezca y actúe en nosotros.
En realidad si así percibimos la encarnación de Jesús en nosotros, entonces el puede venir a cada uno de nosotros para ser el principio y el protagonista de nuestra santificación.

Esta presencia de Jesús en nuestra vida corresponde a nuestro deseo y es la señal de querer ser reconocidos como “de los suyos” (Jn 1,11), “de los que los recibieron y creyeron en él les concedió el privilegio de llegar a ser hijos de Dios, no por la naturaleza ni los deseos humanos, sino porque Dios los ha engendrados” (Jn 1,12).

Entrar en esta comu-unión de intimidad es el grande don que Jesús nos ofrece viniendo entre nosotros, haciendose uno de nosotros y en nosotros, asumiendo nuestra misma naturaleza e historia. En estos días observando el nacimiento hemos buscando de colocar las estatuas alrededor de Jesús, pero llegando los Reyes los hemos colocados de frente a Jesús exactamente porque ellos llegaron de lejos para adorar, llevando dones a Jesús.

En el niño Jesús se puede decir que desencadena la locura de los dones exactamente porque él mismo es el don por excelencia: “el tesoro de gloria” que ha sido derramado gratuitamente y con total libertad de parte de Dios en nuestra vida y en la vida de todos los seres humanos del mundo entero.

Se trata de un tesoro como todos los tesoros, que necesita ser guardado y colocado con cuidado en un lugar donde pueda estar al seguro (cf. Mt 13.44), pero sobre todo sea considerado como una semilla que no debe marchitar sino poder desarrollar y extender sus “raíces” (Sir 24,12).

Este lugar debería ser nuestro corazón que él ama, y fue escogido por el mismo Dios Padre. Que triste aquella noche de la Navidad cuando los dos peregrinos nos pudieron encontrar posada!

Pero cuanto más grande sería la tristeza del mismo Jesús si no pudiera ser recibido en nuestro corazón para poder crecer en el y echar raíces dentro de nosotros y por nuestro medio, como árboles fecundos, ser anunciado por medio de los frutos de santidad, de paz y alegría, de generosidad, de plenitud de crecimiento espiritual y en el amor.

Pienso que no debería ser un simple adorno el nacimiento en cada hogar, sino un lugar donde quedarnos en silencio para adorar al Niño Jesús que desea colocar su tienda y crecer dentro de cada uno de nosotros recibiendo el don de lo que somos. En el silencio, adoración, meditación y contemplación podemos descubrir el “tesoro” que es Jesús mismo para cada uno de nosotros.

Emmanuel, Dios con nosotros, don y tesoro de gloria para cada uno y para siempre. Ayúdame a recibirte como tú lo merece, no en el establo donde fuiste colocado cuando naciste, sino en mi corazón.

Yo te prometo que limpiaré mi corazón y lo ensancharé para que estés cómodo. Lo convertiré en tierra buena para que tú puedas ahondar las raíces y estas se mantengan por siempre afianzadas en mí y puedan esconder tu presencia y acción como el tesoro más hermoso y bello que llevo dentro de mí y solo quiénes saben buscarlo en la sencillez de la vida lo puedan descubrir.


Gracias Jesús

Tomado de la pagina: 
http://iglesiajoven.ning.com/profiles/blogs/el-misterio-de-la-encarnacion

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